Aquella tarde del verano de 1969, en un pueblo de Jalisco, su madre le dio un beso y le hizo la señal de la cruz en la frente, bendiciéndole. Nunca olvidará lo que ella le dijo al oído: “mijo, no cambie nunca, pase lo pase, sea bueno y confíe siempre en Dios, Él jamás lo va a abandonar”.
José Jiménez emprendía el mismo camino que muchos otros recorrieron antes y otros tantos después, en busca de una nueva oportunidad en Estados Unidos, la tierra prometida. Caminó miles de kilómetros con muchos migrantes, con su fe a cuestas y la convicción de que necesitaba darle a su familia una mejor oportunidad. Llegó a la Ciudad de los Vientos.
Fueron años de trabajo muy pesado para cumplir con dos objetivos: enviar puntualmente dinero a su mamá (a quien nunca, a pesar de la distancia, dejó que le faltara nada) y ahorrar para comprar su propio negocio.
Pasaron más de 50 años. La historia de las hoy famosas Carnicerías Jiménez, merece se reconocida. Por esa razón Jaime di Paulo, Presidente & CEO de la Cámara de Comercio Hispana de Illinois (IHCC) quiso rendirle un homenaje a Don José. Como parte de la gira que cada semana tiene por negocios latinos de todo Illinois, Jaime quiso encontrarse con Jiménez y recordar su increíble e inspiradora historia.
“La historia de Don José es la del auténtico sueño americano, esa que nos hace soñar, que nos inspira. Hombres así son ejemplos vivientes de todo lo que hemos aportado y seguimos aportando por esta hermosa ciudad; pero también ellos son maestros que le enseñan a las nuevas generaciones que no hay emprendimiento sin sacrificio”, dijo di Paulo.
Aquellos $200 bien rendidores
Seis años después de su llegada a Estados Unidos, en 1975, José conoció a Giacomo Di Laurentis, un inmigrante italiano que quería retirarse y vendía en Chicago (en la esquina de la 26 y Pulaski) su pequeña tiendita en $3,000. Jiménez tenía apenas $200 ahorrados, pero eso alcanzaba para que un banco le prestara los $2800 restantes. Aún conserva, como reliquia encuadrada en una pared, aquel recibo del crédito que le abrió las puertas al futuro.
Su capacidad de trabajo y buena relación con la clientela era tan grande que en apenas un año pagó el crédito y vendió el negocio en $45,000, un dinero que le permitiría adquirir otro crédito para comprar una bodega más grande, donde podría abrir un mercado más amplio. Así nació la primera Carnicería Jiménez.
En esa época los emprendedores latinos tenían como meta abrir su negocio, pero hasta ahí. Nadie pensaba en expandirse y en abrir otras sucursales. Pero Don José Jiménez, movido por la fuerza de aquellos consejos de su madre y siempre de la mano de Dios, no quiso dejar de crecer. Su visión ha sido reconocida en periódicos, revistas alcance nacional y hasta en el libro “Así la Hicieron”, que hace unos años lanzó la editorial español Plaza & Janés. La comunidad hispana de negocios de Chicago le reconoce como uno de sus impulsores. A él no le importa ser una leyenda. Le importa seguir cumpliendo con la promesa que le hizo a su mamá.
Jiménez está convencido que el éxito de su negocio, con 45 años de existencia, se debe a dos factores: su fe en Dios y su enfoque en el trabajo, en echarle “ganas” sin temor a nada, una filosofía que él y su esposa Guadalupe se encargaron de hacer entender a toda la familia que está involucrada en el negocio.
Su mamá, aquella mujer humilde con una fe capaz de mover montañas, le heredó la idea de que hay que ayudar al prójimo sin pedir nada a cambio. Seguir ese consejo le ha dado muchas recompensas. Hoy no le tiene miedo a Wal-Mart ni a ninguna cadena. “Hay mercado para todos”, dice sonriente.
Tras las huellas del Santo
¿Cómo llegó este jalisciense a ser el único latino de Chicago que recibió el “Jefferson Award”, un premio creado por la ex Primera Dama Jacqueline Kennedy que desde 1972 se entrega anualmente en el Capitolio de Washington DC y que honra a las personas por su ayuda desinteresada a la comunidad y por su servicio público?
La respuesta está en el corazón de Don José y en aquellas sabias palabras que su madre le dijo antes de emprender su viaje.
En cada Carnicería Jiménez usted va a encontrar una Virgen de Guadalupe y retrato de San Martín de Porres, un fraile nacido 1579 en el Virreinato del Perú que siglos después fue consagrado como el primer santo negro de América. Es conocido también como “el Santo de la escoba” por ser representado siempre con una escoba, que simboliza su humildad.
Jiménez se identifica con este Santo, a quien acudían hace 5 siglos las personas más humildes para que les diera de comer o los curase.
Su mamá le enseñó desde “morrito” a admirar la historia de San Martín de Porres, a quien José llama con cariño “el negrito más bonito y bueno del mundo”.
Esa fe tan poderosa es un engranaje perfecto en el motor que mueve a Carnicerías Jiménez, y explica el gran corazón caritativo de su propietario, distinguido por decenas de organizaciones de Chicago por estar siempre presente cuando se requiere ser solidario.
Él ha contribuido con ayuda a víctimas de terremotos, inundaciones en México y otros países. Pero además pone el ejemplo dentro de su negocio, contratando a personas con discapacidades a quienes además de un sueldo ofrece un trato digno que los valoriza como seres humanos.
La palabra empeñada ante una madre es sagrada: “He cumplido con la promesa que hice. Yo le dije que no iba a cambiar y que siempre tendría mucha fe en Dios, que es lo que alimenta a uno…especialmente en estos tiempos difíciles”.
Nada lo detiene
El trabajo empieza todos los días a las 6 de la mañana, sin importar el dinero que haya en la cuenta bancaria y que hoy no necesite echarle tantas horas como hace 45 años.
Para Don José, el hecho de tener varias Carnicerías en Chicago y algunos suburbios no es razón para detenerse. Ese mensaje tan inspirador se respira dentro de la familia: nadie puede estar “echando flojera”. Los hijos, los nietos y, pronto, los bisnietos, tendrán que entender que para estar en una Carnicería Jiménez se necesitan tres cosas: trabajo, solidaridad y fe en Dios.
Un mensaje de esperanza que bien puede servir como inspiración en estos días tan difíciles de pandemia que vive nuestra ciudad, nuestro país y nuestro mundo. Por eso es justo y necesario honrar a Don José y su legado.